Expatriado en Japón

Kani Shi es una pequeña ciudad en la preceptura de Gifu, a menos de una hora en tren de Nagoya. El Japón profundo con aires de modernidad. Pero menos.

03 julio 2006

FRAGMENTOS DEL DIARIO

Domingo 28 de mayo

Escribo más bien poco últimamente. Creo que es cuestión de ánimo, de falta de ánimo más bien. No me veo en disposición de enfrentarme al cuaderno o al teclado para contar las cosas terribles que, creo, suceden a mi alrededor. Cosas terribles como tener que vegetar en una oficina gris haciendo algo que no me gusta y que parece ser mi horizonte profesional en los próximos veintiséis años (suponiendo que me pudiese jubilar a los sesenta y cinco, que hasta eso parece complicarse). Esta vez la tempestad ha ocupado largos silencios en este diario. Silencios que se disolverán en el mar del tiempo perdido para siempre, insalvable, irrecuperable. Memoria del olvido.
Esta semana ha venido el director de ingeniería de mi empresa en Pamplona y el responsable de Desarrollo. He tenido que asistir a una serie de reuniones internas, en las que ha quedado de manifiesto que mi japonés es todavía insuficiente como para traducir, incluso de manera precaria. El miércoles llegaron tres tipos de Peugeot de Francia y me tocó estar en un par de presentaciones. Todo esto se traduce en la cena del lunes, tranquila, solo con los de mi empresa de Pamplona, la del martes, con algunos japoneses también, en un lugar donde había mujeres de compañía (mayores) que no paraban de hablar, tratando que la conversación no decayese. Una de ellas tocó el shamisen, esa especie de guitarra japonesa de tres cuerdas mientras la otra hacia el ganso simulando un baile que parecía improvisar tomando elementos de donde fuese. El caso es que ante unos cuantos japoneses bastante ebrios y cuatro extranjeros, debieron considerar que el nivel era el necesario. La cena fue sabrosa y probé, por primera vez, carne de caballo en shasimi (cruda) que no me resultó fascinante, así como otras muchas viandas desconocidas. El director de ingeniería de la empresa japonesa me animaba a que rellenara el vaso de la mujer de compañía japonesa que se sentaba en un extremo de la mesa El nivel de alcohol fue el adecuado para romper el hielo en las relaciones interempresariales y, al terminar, el autobús contratado al efecto (típico en las cenas en las que se prevén borracheras generalizadas) nos llevó a un karaoke de chicas. Como ya sabíamos de que iba el tema, Pedro y yo decidimos discretamente huir y así lo hicimos a las nueve de la noche. Yo notaba el efecto benefactor de las cervezas y el sake en el cerebro. Es cierto que la tensión del día, de las traducciones frustradas, se habían disipado en un mar de generosidad y benevolencia de procedencia misteriosa. Al final todos parecían amigos de la infancia. Tal vez parecía que no habían, no habíamos abandonado nunca la infancia.
El jueves, al acabar la presentación de la planta y de algunas tecnologías, fuimos a cenar con los franceses. Fuimos a un restaurante de anguila, unagi. Esta vez me estrené con la medusa, de poco sabor, apenas el de la salsa, y shasimi de carpa, que no me fascinó, pero que pude terminar gracias a una salsa muy dulce y espesa que lo acompañaba. Luego la anguila, que consistía en un cuenco de madera lleno de arroz y colmado por arriba con los trozos de anguila cocinados. Sabrosa. Nos explicaron que se iba colocando la anguila y el arroz en un bol y se iba comiendo directamente desde éste. Se podían añadir sésamo o algas o puerro que venían en pequeños recipientes aparte. Junto con la bandeja venía un recipiente de agua situado sobre una llama que la mantenía cercana a la ebullición. Al terminar, se echaba el agua sobre los restos de y se obtenía de esta manera una sopa que se bebía del bol directamente. De postre un helado japonés, poco dulce.
Después de cenar, carretera y a Takayama. La cena estaba programada para las seis y cuarto, pero por retrasos en la agenda de actividades previstas, no comenzó sino una hora después. Así que salimos tarde. Yo me pasé el viaje hablando con Chikamatsu, pero como ahora le tengo cogido el truco, después de que empezara a asediarme a preguntas, pasé yo al ataque. Le pregunté por sus hijos y así uno va conociendo como ven el sistema educativo japonés sus usuarios. Pedro iba detrás, en el mismo coche, hablando con uno de los tres franceses.
Esta vez fuimos a un buen hotel en Takayama. Llegamos cerca de las once de la noche. Yo apenas pasé revista a todas las cadenas de televisión que ofrecían y me eché a dormir. Estaba realmente cansado.
El viernes fue una jornada laboral atípica. Estaba nublado, pero el pronóstico del tiempo no hablaba de lluvia. Desayunamos, y nos fuimos al aeropuerto Hida Air Park donde ya habíamos estado anteriormente. Esta vez eran otros los que organizaban los coches, los que ponían los conos. Había coches con diferentes tecnologías que mi empresa japonesa ha tenido a bien desarrollar, o está en ello. No solo de amortiguadores, sino también de direcciones. Al principio no me tocó hacer nada, pues había bastante gente. Los japoneses suelen incrementar el numero de participantes en reuniones o cenas en función de la importancia que conceden a los eventos y a los asistentes. En ocasiones asisten personas que poco tienen que ver con el tema, pero eso, para ellos, da prestigio a los visitantes el volumen humano que presentan.
Tocó probar el coche con el que yo he trabajado. Poco la verdad, pues cuando yo empecé a trabajar con Chikamatsu, la cosa estaba bastante madura. Subí con uno de los franceses y lo probamos en varias configuraciones. Me pareció un tipo simpático, a pesar de que la relación cliente proveedor suele dar pie a una relación de dominación incómoda. Eso sí, se nota cuando alguien se sube por primera vez en un coche con el volante a la derecha: los conos no los golpeaba, los atropellaba salvajemente con la rueda. Le explique que no tenía por qué preocuparse, que al principio nos pasa lo mismo a los extranjeros.
Después, pudimos probar los demás coches, aunque solo fuese por divertirnos un poco, forzando entre los conos las fuerzas de la física. Me gustó probar algunos de los diferentes coches y ver como, efectivamente se notan las diferencias en las reacciones. Pero sigue sin parecerme un tema apasionante.
Dentro del plan japonés (los japoneses siempre tienen unos planes estrictos con todos los detalles de las visitas programados) fuimos a comer. Un restaurante francés en un hotel grande y agradable. Una comida sabrosa y ligera. Luego estaba previsto regresar a la fábrica para hablar de las conclusiones de la visita. Pero alguno de los franceses dijo que le gustaría hacer algunas compras en Takayama. Así que un viernes, en plena jornada laboral, me vi paseando por las calles típicas de la ciudad, entrando en las tiendas, junto a un grupo de japoneses y occidentales encorbatados. En conjunto, muy tranquilo el paseo.
Luego regreso al pueblo en coche y llegada, por los pelos, a la clase de japonés.
Por lo demás, el director de ingeniería me ha hablado de mi trabajo para cuando vuelva. Ya se ha pensado en mi para un proyecto con un cliente nuevo alemán e incluso ya se ha enviado mi nombre en un documento. No me pregunta, aunque adopte ese tono, sino que me informa. En principio se esperará a que termine mi estancia aquí, y mientras tanto otra persona se encargará de las fases iniciales. Por los cambios que parece implicar en el organigrama típico de la empresa, parece que puede ser interesante, pero mi escepticismo está muy extendido y no es la primera vez que me venden una moto con truco. Probaremos.

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